El ligue (por F. Umbral)
El domingo es día de ligue y el lunes es día de amachambrar el ligue, de comprobar si la chai es capaz de aguantar 24 horas sin pedir cosas, sin reclamar su precio en especies, en cocacolas, en bocatas calamares, en películas, en última moda o en pecados. Un gran poeta amigo mío se quejaba de que las mujeres consumen mucho, están siempre pidiendo cosas, consumiendo. Eso a él le cabreaba, aunque era funcionario, traductor bien pagado, soltero y amigo de todo el 27, que los había tratado vivos y muertos en gracia de sus traducciones y sus escapadas a París, donde para él seguían viviendo Verlaine y Colette.
Y perdonen ustedes que saque en esta columna tantos poetas, pero a mí me ha dado por los poetas como a otro le da por las meretrices, ahora en huida por culpa del Juicio Final de la Casa de Campo. Mi amigo, decíamos, repetía a Nabokov sin saberlo o porque no se acordaba. Nabokov dice de Lolita que es la consumidora ideal de todos los anuncios porque a él le está pidiendo siempre cosas, mayormente helados, que para las adolescentes siempre es verano y sudan sin olor, lo cual ya es de agradecer. Su novela Lolita es la novela de un ligue grandioso entre el maduro y la ninfa. Sólo faltaría saber si ligaron en domingo. Eso nos decepcionaría un poco, pues los ligues dominicales acaban en boda.
La palabra ligue data, diría yo, de la gran movida de los 60, cuando la juventud se crea su propio idioma, lo cual anuncia su propia ideología y todo lo que vino después a base de coca, picos, Douglas Fairbanks, camellos y camelleo, ramoncines y billar en los billares, a base de Felipe González, aquel presidente mitificado por lo que hizo y lo que no hiciera. El ligue te llevaba lo mismo a Casa Ciriaco a cenar que a un piso molón de la Castellana para otros esparcimientos más nocturnos y duraderos. Se acabaron los domingos familiares, tan piadosos, con su lujo de abéñulas en el baño de la hermana quilona, que no acabará suicidándose, pero casi.
El ligue se consumía y consumaba en los bailes/bolera de la calle Sevilla y las oficinas de las quinielas, cuando todos teníamos una moto o la moto de un amigo, que era poeta, traductor y veterinario. El ligue no es el adulterio ni el noviazgo ni el parentesco ni el idilio ni el romance ni el romanticismo. El ligue es una manera desesperada y urgente de saltarse el domingo haciendo de éste un lunes con pecado. En la salsa rosicler de las revistas del género podemos encontrar un ligue cada semana, ahora que al ligue le dicen «hacer sexo», preguntando a la encausada si hubo o no hubo sexo, pues hoy calibran el sexo como antes el matrimonio. Generalmente hay sexo entre las profesiones liberales o liberadas, que la mujer, después de conquistar la oficina, la medicina de vanguardia y la piscina, ha conquistado su libertad de hacer sexo y horas extraordinarias que a lo mejor, quién sabe, resultan muy ordinarias. El poeta situaba sus ligues entre «látigos de azufre». Ahora esos ligues se sitúan entre grandes superficies, con lo que todos respiramos mejor y el ligue de aire acondicionado nos pone curtidos.
